Empezó con un temblor. Daniel se despertó con frio esa mañana: castañeteo de dientes y ´piel de gallina a lo largo de sus brazos. Él estaba temblando bajo sus mantas a pesar de que sabía que ese día iba a ser húmedo y estaría casi a noventa grados tan pronto como saliera.
Esa fue la primera señal.
Cuando se levantó de su cama en el dormitorio de Espada & Cruz y miro su reflejo en el espejo, sus ojos violetas estaban vidriosos.
La segunda señal.
Algo estaba a punto de suceder.
Tal vez debería haberlo visto venir. Por supuesto que tenía que ver con Lucinda – el frio penetrante y el violeta brillando en sus ojos – pero eso era solo temporal. Algunos días, Daniel simplemente sentía frio. El llego a pensar que días como esos eran cuando ella necesitaba de el un poco más de lo normal.
Cuando ella sentía un profundo vacío en el pecho pero no podía explicar la razón. En esta vida de Lucinda, sin importar donde viviera, sin importar lo que estuviera haciendo, sin importar quien fuera importante para ella, más de lo era el Daniel que aún no llegaba a conocer. Ella tenía diecisiete años y cuarenta y cuatro días. Su mayor éxito, su vida más larga.
Y él lo iba a mantener de esa manera. Le tomaría todas las fuerzas de Daniel, cada uno de los días, pero esta vez, él iba a dejar que Lucinda viviera. Se vistió con su uniforme negro que todos los estudiantes estaban obligados a usar. Antes de dejar su habitación, se puso su chaqueta de cuero negro y su bufanda roja para tener calor extra en clase. Se puso sus oscuras gafas de sol para esconder el color de sus ojos.
La mayoría de veces, a menos de que tuviera que hacer una demostración en frente de un mortal, Daniel se saltaba sus comidas. Pero a él le gustaba sentir una bebida caliente deslizándose por su garganta, calentando su estómago, especialmente en un día como ese cuando hacia tanto frio. Se dirigió a la cafetería y se puso en línea para comprar un café.
Casi todos los otros estudiantes se movían en parejas o grupos por el campus. A los mortales – incluso los mortales problemáticos y rebeldes – no les gustaba estar solos. Últimamente Daniel estaba notando eso cada vez más. Encontraban consuelo conectándose con otros mortales. Encontraban amistad, incluso amor, no solo en una persona, si no en todas las personas que pasaban por sus vidas. Él no lograba entenderlo. Solía tener otra mitad. Estaba acostumbrado a ser parte de un par. No muchas veces, pero siempre era el mismo. Pero eso fue hace mucho tiempo y les costaba demasiado a ambos.
Pensaba que nunca habría nadie para Daniel, el esperaba- y temía – que pudiera existir alguien más para ella. Él no había hecho ni un solo nuevo amigo desde el día que llego a Espada & Cruz. No lo necesitaba, nunca lo haría. Ellos palidecerían si supieran cuantos amigos solía tener.
Roland fue inscrito en la escuela, aunque sea vagamente y Arriane y Molly también. Pero claro, ellos no contaban como amigos. Arriane era como su hermana y entre ellos nunca hubo mucha interacción. Roland era alguien a quien Daniel le decía unas cuantas palabras de vez en cuando, alguien que no le importaba. El evitaba a Molly. Sabía que ella tenía que seguirlo a todas partes, pero su presencia le molestaba. En realidad no importaba. Él estaba ocupado tratando de pasar el día. Soportando desde la mañana a la noche sin romper su promesa de alejarse de ella.
Su café negro estaba muy caliente, calentando sus manos mientras él se deslizaba a través de una línea de estudiantes, dejando la cafetería. Había un complejo desolado fuera del Agustine. Un bosquecillo de Kudzus torcidos donde los estudiantes estaban de pie antes de que sonara la primera campana. Un grupo de chicas se volvieron hacia él y pudo oírlas susurrando algo. Siempre habían chicas susurrando cosas, amontonadas, mirándolo. Ellas siempre quedaban en un segundo plano para Daniel.
Una chica estaba caminando hacia el. Merryweather o Pennyweather, no estaba seguro. Tenía unas gruesas gafas color purpura, una mata de cabello castaño, corto y rizado. Cuando se encontraron, casi chocándose, ella lo miro de arriba abajo. Pero no de la misma forma en la que lo veían las demás chicas. Ella estaba mirando su atuendo. Le tomo un momento entender que ella estaba envuelta en tantas capas de ropa como él. Tenía los brazos en jarras.
“¿Suficientemente caliente?” Se sorprendió a el mismo diciéndolo. No sarcásticamente.
“Con tantos microbios por ahí,” la chica dijo rápidamente, también sorprendida. “No quiero atrapar una enfermedad.”
“No” convino él. No habían hablado antes. Había algo sobre Pennyweather o Merryweather parada en frente de Daniel esa mañana. Era diferente al resto de los estudiantes, pero Daniel no podía explicar en qué sentido. Tal vez solo era que ella se veía agradable. Él iba a decir algo mas pero ella ya estaba arrastrando los pies lejos de él.
El resto de los estudiantes estaban reunidos en patronos familiares sobre el césped fangoso. Quedaban cinco minutos para que tocaran la campana y nada más que hacer que tomarse ese café y tal vez ir a hablar con Roland, que estaba apoyado contra los muros de hormigón del edificio. Y después, cuando la campana sonara, no habría nada más que hacer que ir a clase y pretender aprender las innumerables lecciones que Daniel ya conocía. Ya sabía todo eso por cientos de años escolares y por cientos de vidas a través de la historia, en cualquier acontecimiento que se narrara en esos libros. Y cuando la clase hubiera acabado, la escuela hubiera terminado, y su inexplicable sospecha acerca de Sophia Bliss hubiera acabado, no habría nada más que hacer que vagar por la tierra, solo, hasta el final de los tiempos, buscando alguna manera de pasar los minutos, horas, milenios. De repente Daniel se sintió muy solo, quería tirar su cabeza hacia atrás y gritar.
Porque… ¿De qué sirve la eternidad sin amor?
“Daniel.” Roland le hizo una seña a través del césped.
Daniel se compuso, respirando profundamente y sacudiendo sus hombros para relajar las alas que le quemaban su espalda antes de comenzar a caminar. “Hermano.”
“Gabbe está aquí,” dijo Roland silenciosamente. “La mismísima Reina Rompe-culos” Ellos no se estaban mirando, estaban de pie uno al lado del otro, contra la pared, mirando al resto de los estudiantes sin verlos en realidad.
“¿Trae un mensaje?” pregunto Daniel, porque eso tendría sentido.
Daniel creía que ella había caído después de la guerra, Gabbe había sido uno de los primeros ángeles en regresar al cielo. Demasiado rápido, ella se ganó otra vez su puesto en el cielo y había sido mensajera por un tiempo. Daniel la veía a veces: le entregaba mensajes y luego se iba.
De vez en cuando, Daniel echaba de menos su viejo empleo. Todos los ángeles se realizaban con su original propósito como mensajeros. Pero nunca fue como si fuera lo único que Daniel estaba destinado a hacer. Era esa sensación —el que probablemente él estaba destinado a algo más— la que era la raíz de todos los problemas de Daniel.
“No sé nada sobre un mensaje.” Dijo Roland. Había una duda en su voz en la que Daniel no confiaba. “Pero ella está bien vestida, emperifollada y lista para reventar el cráneo de Dios sabrá quien. Se ha presentado esta mañana. Dijo que la señorita Sophia la arrastró hasta aquí.”
Cuando Sophia Bliss encontró a Daniel y lo trajo a esta escuela, ella pensó que le estaba salvando. Habló de cuidar de él siempre, desde la guerra, y que le hirió ver como la guerra le había hecho caer. Puedes ser un objetor de conciencia, Daniel, dijo ella, pero no puedes ir por ahí haciendo el vándalo y robando carritos de supermercado.
Daniel no se preocupó por corregirla, de decirle que él lo único que estaba tratando de hacer era pasar el tiempo. Barrios bajos en Los Angeles o un reformatorio en Georgia, no le importaba. O lugares donde Luce nunca aparecería, por lo que no se tenía que preocupar sobre si rompía su voto de estar completamente fuera de la vida de Luce.
Mientras tanto, había sido casi interesante ayudar a Sophia con algunas de sus investigaciones. Ella lideraba una comisión en los Vigilantes —la vieja secta de Ángeles que habían sido arrestados por amar a mujeres mortales. Era algo sobre lo que Daniel sabía una cosa o dos. Ella leyó su libro. A veces le preguntaba algunas cosas. Pasó el tiempo.
No fue raro que Gabbe apareciera en Espada y Cruz. En realidad, lo esperaba. Pero era extraño que Sophia la hubiera arrastrado hasta aquí. No era algo muy comprensible para Daniel y él tembló.
“Y eso no es todo,” dijo Roland. “Hay algo más. O alguien más, supongo que debería decir.”
Pero Daniel ya lo sabía. El brillo dorado se estaba haciendo visible más allá de las paredes del reformatorio, atravesando los árboles como la neblina de la mañana. Parecía hermosa, pero no lo era. Nada podía haber sido una señal más oscura.
Cam estaba aquí.
Los ojos de Daniel no habían encontrado al demonio todavía, pero sus alas guardadas se sentían tan calientes que éstas podrían haber quemado sus ropas. Su enemigo estaba lo suficientemente cerca para que Daniel pudiera notar la lucha creciendo en su interior. Amargo y metálico, creciendo en su garganta.
Lo que pasaba con Cam es que era diferente del resto de ellos, y no hacía nada sin un propósito explícito. Daniel deambuló por la tierra en una solitaria agonía; y algunos otros vieron su expulsión del Cielo como unas vacaciones sin fin. No Cam. Cam era eternamente estratégico, siempre conspirando, siempre preparándose para la siguiente batalla de la Guerra. Así que si él aparecía en Espada y Cruz, algo estaba ocurriendo.
Realmente, podía ser solo una cosa.
La boca de Daniel estaba seca. Se volvió hacia Roland. “¿Cuánto hace que lo sabes?”
Roland alzó sus cejas. Por un momento, él parecía asustado. Pero entonces se desvaneció en una ancha sonrisa. “¿Importa eso?”
Ellos dicen eso cuando un mortal está a punto de morir, su vida entera pasa delante de sus ojos. Daniel no tenía experiencia con eso; nunca la tendría. Pero en ese momento, era como si estuviera viendo la vida de Lucinda —no, todas sus vidas, y todas sus muertes—en un solo horrible flash. Su muerte original, al Principio, la que le dejó enfermo durante una década. La multitud de muertes a través de los siglos y continentes, cuando Daniel, estúpidamente, sin cuidado, se rindió a su destino, como un chico que nunca ha visto su corazón roto, amándola sin sentido y dejándola ir cada vez. Las últimas muertes, cuando él estaba cansándose del dolor, cuando su muerte estaba en su mente por su vida entera, cuando su amor estaba siempre manchado por su pena que ella no entendía. Y finalmente: la más reciente de todas, la columna de fuego en el lago congelado hace diecisiete años. La muerte que había causado que Daniel renunciara a ella. Cuando se dijo a sí mismo: Ya no más.
Ahora Cam estaba aquí y había solo una sola posible explicación. Pero ¿qué podía haber hecho Lucinda para acabar en un lugar como Espada y Cruz?
Había sido estúpido al pensar que no sería posible. En cada vida, habían pares de alas empujándoles el uno al otro. Había hecho de todo para alejarse de ella esta vez. Y aun así, no había sido suficiente.
Era horrible, tan completamente desmoralizado, que era casi… divertido. Daniel sintió un estremecimiento.
Una risa.
Le sorprendió, esa primera pequeña y aguda risita. Pero entonces se convirtió en una profunda y dolorosa risa que se extendió a través de sus miembros, tomando todo su cuerpo. Estaba furioso con todo, pero tembloroso a causa de la risa, y aun así temblando de frío.
“¿Daniel?” Roland parecía preocupado.
Eso solo le hizo a Daniel reír más fuerte. Porque todo fue tan inútil y él había sido tan ingenuo. No podía parar. Se dobló sobre sí mismo, jadeando.
Roland comenzó a reírse también, nerviosamente, como si él estuviera esperando para ver lo que Daniel iba a hacer después.
“Mírame, Daniel,” dijo Roland.
Daniel trató de calmarse. Se quitó las gafas y las guardo en su bolsillo. Pero cuando movió sus ojos para mirar a Roland, éstos cayeron en alguien más, Lucinda.
Ahí estaba ella.
Sí, él había sabido que esto iba a ocurrir. Había sabido que la presencia de Lucinda le embestiría como un tren de carga. Había sabido que ellos serían peones en el juego del Cielo durante otra ronda, con todos los otros reunidos alrededor como espectadores. Había sabido que ella estaría allí para enamorarse de él, y él de ella. Y aun así, nada de eso preparó a Daniel para el mundo en que la vio por primera vez.
Estaba preciosa. Su pelo era corto. Su piel era blanca y suave. Sus ropas eran simples, negras. Su rostro era encantador, intoxicante y dulce, perfecto…
Y profundamente, profundamente afligida.
Él nunca había visto su mirada así. Como si ella hubiera pasado por una guerra. Pero… no era posible que ella lo recordara… ¿Podría? No, su expresión cargaba el peso de algo diferente. Una nueva tragedia. ¿Qué había pasado sin él?
Si pudiera correr hacia ella, lo haría. Cogerla entre sus brazos y girarla, consolar cada tristeza, cada dolor que hubiera sentido alguna vez. Acercarla más a cada segundo hasta que estuvieran tan entrelazados que nunca pudiera dejarla ir. Presionar sus labios a los suyos, el beso más dulce, su gran adicción.
Ella le sonreía, una tímida y maravillosa sonrisa que él se moría por devolver. Pero la sonrisa se convertiría en el saludo que él ya sentía crecer en su brazo, lo que llevaría a un paso en su dirección y enviarlo en una caída hacia el lugar donde Daniel había jurado que no iría.
Su brazo se tambaleó en el aire…
Ella era el amor de su vida. Ella lo era todo. Y él había sido maldecido para destruirla. No había nada en el mundo que hacer, salvo salvar su vida y enseñarle el dedo corazón.
muy bueno, me aclaro muchas cosas
ResponderEliminarawwwww mi pobre Daniel!!!!!
ResponderEliminaraaaaaaaaa jajaja u enseñarle el dedo corazon jajaja aaaaaaaa pobre mi Daniel lo amo tanto k m duele k el sufra
ResponderEliminaraaaaaaaaaaaaaa, Pobre Daniel lo amo tanto que me duele que el sufra. estoy leyendo la 2da nobela de oscuros y me entere de 1 cosita: Daniel tenia una novia antes de Luce!!!!!!!! ke lokoo ¿no? buaaaaaaa, buaaaaaaa
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